El encierro obligado y la cancelación de espacios para sociabilizar, como consecuencia de las medidas adoptadas para mitigar la pandemia, impactaron con fuerza la vida diaria de niños y adolescentes. Según los expertos, los efectos son cada vez más plausibles: las consultas siquiátricas y sicológicas han crecido sostenidamente en este grupo, con trastornos de ánimo y conducta como las causas más recurrentes.
“Este año, desde la segunda cuarentena, mis hijas están menos comunicativas. Andan mal genio, pasan más tiempo encerradas y se expresan menos”. Así describe Patricia el cambio que ha visto en el comportamiento de sus dos hijas adolescentes durante los últimos meses. No es un caso aislado.
Particularmente desde marzo -cuando irrumpió el debate de si las clases presenciales debían o no retomarse-, padres, apoderados y expertos alzaron la voz para alertar lo que estaban viendo pasar frente a sus ojos: la salud mental de los niños y adolescentes, transcurrido ya un año de la emergencia sanitaria, se estaba deteriorando.
El equipo de “Proyecto cuidemos nuestros niños” realizó en 2020 una encuesta a 6.149 padres y cuidadores para conocer si detectaban cambios conductuales en los menores. Y los resultados fueron demoledores: un 73% reportó que sus hijos estaban más demandantes y un 63% los calificó como más reactivos emocionalmente.
Estas cifras han sido empujadas por un contexto particularmente difícil para este grupo. En el caso de los niños y adolescentes, las medidas adoptadas para mitigar los efectos de la pandemia impactaron de forma significativa su día a día. Su vida escolar, social y familiar quedó limitada, literalmente, a cuatro paredes. Quedaron imposibilitados de ver a sus amigos y desarrollar vínculos esenciales para su desarrollo.
Según el último informe de Unicef sobre el Estado Mundial de la Infancia, publicado en octubre pasado, al menos uno de cada siete niños se ha visto directamente afectado por las cuarentenas a nivel mundial, mientras que más de 1.600 millones han sufrido alguna pérdida en su educación.
Cuando vio que varias conductas reactivas de su hija de 13 años persistían en el tiempo, Patricia decidió recurrir a un profesional. “Me preocupé mucho y la llevé al médico general y ahí me dijeron que estaba falta de vitaminas. En cuanto al estado de ánimo, la doctora la notó decaída y la derivó a un sicólogo. Yo ya había determinado eso, pero mi hija no quiso ir”, relata.
Los especialistas afirman que ya son plausibles los efectos del encierro en la salud mental de los jóvenes. Catalina Castaño, psiquiatra infanto-juvenil de la Red de Salud UC Christus, relata que “en términos de aumento de consultas y de la gravedad de los pacientes, sí es algo que se ve en el sistema público y privado. Básicamente, lo que tuvo que ver con esto es que la adolescencia y la infancia son etapas en las que uno necesita sociabilizar con otro, el grupo de pares es súper importante”.
El prolongado encierro
En términos de desarrollo, para la adolescencia y la infancia la asistencia a clases es clave. Es en los colegios donde los estudiantes, además de avanzar académicamente, comparten con sus pares y aprenden herramientas sociales. Pero en marzo del año pasado el gobierno, con el Covid-19 instalado en Chile y los contagios al alza, anunció la suspensión de clases por dos semanas.
Los días pasaron, los contagios aumentaron y las dos semanas se transformaron en meses. De hecho, aún hay establecimientos que no han reabierto y comunidades que reciben clases presenciales solo algunos días por semana.
Claudio Castillo, académico en Salud Pública de la Universidad de Santiago, asegura que es indispensable el retorno a clases, pues además de ser un espacio para sociabilizar, es el lugar donde se pesquisan patologías mentales y cambios significativos en el ánimo de los estudiantes.
“Es fundamental que se retomen los servicios de educación presenciales para que los niños y adolescentes puedan interactuar con sus pares. A la vez, es muy importante que los servicios de salud mental también estén disponibles, tanto en las escuelas como en la red de salud, para que detecten los riesgos, síntomas, cuadros de ansiedad o depresión en esta población, a objeto de tratarlos de manera oportuna y pertinente”, explica.
La presidenta del Colegio de Psicólogas y Psicólogos de Chile, Isabel Puga, destaca que “la salud mental se vio afectada y es lo esperable en una crisis; hay una serie de síntomas asociados, porque se anda más ansioso, preocupado, por una situación que produce gran incertidumbre”.
En este escenario, los especialistas advierten que los padres y apoderados deben estar atentos a poder detectar cuándo se debe recurrir a un profesional.
Claudia Cerfogli, académica de la Escuela de Psicología UC, explica que “una variable es el tiempo, es decir, si se mantiene por mucho tiempo, uno o dos meses la sintomatología y hay preocupación, se debe consultar. Otro elemento clave es la intensidad de estos. O si, por ejemplo, mi hijo debe ir al colegio y no hay caso que quiera volver y cursa, además, esta sintomatología, hay que consultar. Lo peor que puede pasar es consultar demás y eso no es malo”
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El costo de la tecnología
La tecnología fue clave para mantener la comunicación durante la pandemia. Las clases, el trabajo y hasta la vida social se volcó a las pantallas. En ese sentido, para los niños y los adolescentes las redes sociales se transformaron en un punto de encuentro con sus pares. Pero, a su vez, en un arma de doble filo.
“Lo que empeoró harto fueron los trastornos de la conducta alimentaria, eso fue como un boom durante la pandemia y ha seguido muy alto. Lo que pareciera tener harto que ver es el contacto constante con las redes sociales y la pantalla, donde hay una idealización de cuerpos que muchas veces no son siquiera reales y en la adolescencia cuesta un poco darse que lo que estás viendo puede no ser la realidad”, detalla Castaño.